lunes, 22 de julio de 2013

22 de julio de 2013

Era nuestro apocalipsis.
Cuando tienes algo pero lo sientes lejos o, ni siquiera lo sientes, cuando notas un vacío, cuando hasta el día más soleado es gris. No creo que haya nada más doloroso que tener la sensación de estar perdiendo algo que de verdad te importa.
Maduras cuando las pequeñas cosas se convierten en grandes momentos y te vuelves pequeño, un minúsculo punto en el enorme universo cuando esos momentos se desvanecen como el humo en una tarde de viento.
Las cosas se complican, parece que siempre hay algo que lo lía todo, que crea la distancia, que nos amarga y nos mata.
De lo poco que he vivido, puedo asegurar que ya viví unos de los mejores años de mi vida, y todo ello debo agradecérselo al amor.
Para qué mentir, todo sabemos que no hay nada mejor que encontrar una persona que consiga hacerte feliz, que te saque una sonrisa en las peores situaciones, que comparta tus aficiones, que te acaricie si lo necesitas, que te abrace cuando haga frío, que te bese sin tener en cuenta el tiempo.
Pero se nos iba de las manos, quizás fuese por exceso de amor (aunque suene irónico), pero aquellos momentos parecían nuestro Titanic.
Discutir con la persona que amas es doloroso en el sentido que te haces más daño a ti mismo que a la otra persona, aunque solo sea diciendo lo que sientes porque en ese momento lo sientes.
Pero cuando todo son discusiones, gritos, broncas, y, eso sí, un poco de amor, te das cuenta que el avión cae en picado, que es el último aliento.
Era nuestro Apocalipsis, nuestro último adiós, el último acto de la obra, el capítulo final de nuestra novela.
Y entonces, a mi me dio por darle un voto de confianza a la vida, por creer que podríamos ir más allá, por saber que podíamos nacer de nuevo.

Porque quererte y querernos fue más fuerte que el juicio final, porque yo el juicio solo lo voy a perder si me besas.


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